Julio Lagos revela emocionantes momentos frente al micrófono.

Desde su creación en 1920, durante los primeros 77 años de su existencia, la radio llegaba hasta donde lo permitía la potencia de su transmisor y la altura de su antena. Y era imposible escuchar un programa de AM desde otro país o en diferido.

Internet vino a cumplir nuestro sueño de radio. Fue como una alfombra mágica, que por primera vez nos permitió estar en todas partes, a cualquier hora del día, hablándole a una audiencia millonaria que superaba infinitamente a nuestros oyentes cercanos.Esa revolución tecnológica coincidió con un dato de la Argentina de esa época: había casi un millón de compatriotas viviendo fuera del país. En su mayoría eran jóvenes y residían en lugares de elevado desarrollo tecnológico. Como ellos eran idóneos con los nuevos procedimientos y disfrutaban de buenas conexiones en su casa y en el trabajo, rápidamente tuvimos una enorme audiencia en el mundo.

No crean que este locutor es un nerd o un especialista en cibernética. Mi origen de cronista habituado a la máquina de escribir Olivetti era una barrera para la comprensión de esas transformaciones. Y si llegué a usar internet fue de casualidad.
En 1996 se había constituido Startel, una compañía en la que estaban fusionadas las empresas Telefónica y Telecom. Eduardo Torres, uno de sus directivos, me invitó a la presentación en la Argentina de algo que se estaba mencionando mucho y que se llamaba internet. Era una reunión a media mañana, en el centro de Buenos Aires.

Como para decir por la radio “Hola, buen día, las seis de la mañana…” yo me levantaba antes de las cuatro, cada madrugada, y como el tema tecnológico no me atraía para nada, no fui. Sin duda, muy descortés de mi parte.

Sin embargo, Torres y su grupo de colaboradores -Carlos Mazalán, Sebastián Bort, Guillermo Cacchione, entre otros- tuvieron la tolerancia de pasar por alto ese faltazo y me invitaron nuevamente. Así que un par se semanas más tarde, muerto de sueño, estuve en una oficina de la calle San Martín. Café, medialunas, y una pantalla en el medio de la sala. “Proyectarán diapositivas”, pensé. Y me preparé para una verdadera plomada.

Los muchachos estaban un poco nerviosos. Me di cuenta de que parte de la demostración no andaba bien. Algo escuché sobre la lentitud de la señal. Después supe que se trataba de la demora que ocasionaba la conexión de la época, vía Dial Up.

Y cuando ya estaba a punto de levantarme, saludar e irme a dormir, se iluminó la pantalla. Recuerdo que la imagen se iba formando desde arriba, en forma descendente. Y por fin, apareció la Casa Blanca. Y luego la foto de Bill Clinton, que estaba cumpliendo su primer mandato como presidente de los Estados Unidos. Nada emocionante ni que justificara mi presencia allí.

Hasta que en la pantalla apareció Socks, el gato de la familia Clinton. Y maulló. Cuando escuché eso, se me fue el sueño y pregunté:
– Esto, este Interntet…, ¿tiene sonido?

Cuando generosamente comenzaron a desasnarme, me di cuenta de que internet era radio pura.

Dos años después, en 1999, ya habíamos superado las resistencias que inicialmente provocó la novedad. Pero no fue fácil. Una productora comercial me reprochaba que le dedicara tiempo a lo que ella denominaba “una moda para una elite”. Su opinión ha sido arrollada por la realidad: hoy internet tiene 4.540 millones de usuarios.

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